miércoles

Reseña crítica aparecida en El Alfil (19/10/11)

Un coro de miradas no necesita afinar

En su relato “Asuntos internos”, David Voloj le otorga a cada uno de sus personajes la posibilidad de contar su propia versión de los hechos. Como los recuerdos son propiedad de quien los evoca, su dueño puede modelarlos a su antojo.

J.C. Maraddón

La realidad no deja de ser un ejercicio de ficción. Eso parece plantearse David Voloj en un libro de cuentos que publicó este año a través de la editorial Raíz de Dos. Y sobre todo en “Asuntos internos”, un conjunto de relatos que ocupa el tramo central del volumen y que no solo le presta el nombre sino que también se erige en su parte sustancial.
La corrupción policial y los vínculos entre los uniformados, el narcotráfico y la prostitución conforman el marco en el que Voloj suelta a sus personajes para que se las arreglen a los tiros. A esos seres imaginarios pero reales los sigue desde el momento en que deciden en qué bando van a jugar al poliladrón, hasta llevarlos al instante en que el destino los pondrá en el papel de víctimas o victimarios.
El ejercicio de ficción que el autor plantea para mostrarnos esa realidad, consiste en llevar al extremo la máxima periodística de que hay que consultar a todas las fuentes posibles. Por eso, en cada capítulo hace hablar a un personaje distinto, inclusive a los que han muerto, para de esa manera construir un coro de versiones que nos cuentan sus impresiones sobre los mismos sucesos. Y así nos da la oportunidad a los lectores de elegir nuestra perspectiva favorita, o de armar el rompecabezas utilizando partes de cada una de las verdades para construir nuestra verdad.
Al finalizar el texto, Voloj nos sugiere visitar el sitio www.bonus-tale.blogspot.com, donde vamos a encontrar otras miradas sobre los acontecimientos; por ejemplo, la de un encendedor Zippo, que cumple el rol de talismán para los protagonistas. Vemos entonces hasta dónde está dispuesto a llevar las cosas este escritor nacido en 1980, que antes había publicado “Letras modernas” en 2008 a través del sello Recovecos.
A mí, la lectura me remontó a “Fool For Love”, una película de Robert Altman basada en una obra teatral de Sam Shepard que fue objeto de culto allá a finales de los años ochenta. El propio Shepard actúa en este melodrama psicológico, que obliga a reflexionar sobre cuán lejos pueden estar nuestros recuerdos con respecto a los hechos tal como realmente sucedieron.
Kim Basinger y Harry Dean Stanton (actores emblemáticos de esa época) completan los roles principales del filme, tan oscuro como la sombra de ojos que usaban en esos años los músicos de The Cure, la banda de la cual los espectadores de esa función éramos fanáticos. Tan es así, que cuando proyectaron “Fool For Love” en la pantalla del Microcine de la primera cuadra de la avenida General Paz, en la cola para sacar la entrada no había nadie que no tuviese un detalle negro en su ropa.
O por lo menos, eso es de lo que yo me acuerdo, que no sé si es lo que recuerda el resto de los que asistieron a esa función, excepto los que hayan muerto y queden fuera de la posibilidad de evocación alguna. Por razones obvias, tampoco vale la opinión de los que se hayan olvidado por completo de esa circunstancia cinematográfica.
¿Quién podría asegurar que hubo al menos un espectador que no portaba elementos de color negro en su indumentaria? ¿El acomodador? ¿El boletero? ¿Existen pruebas evidentes, como una filmación o una foto, que puedan confirmar o desmentir mis dichos? ¿Puedo entonces engendrar así una verdad pasada sin que nadie consiga rebatirla hasta degradarla a la categoría de mentira?
La literatura, en su proverbial generosidad, puede refugiar a todas las versiones, a todas las verdades, a todas las perspectivas. Solo les pone como condición que estén descriptas de una manera que resulte atractiva de leer, por lo menos para unas cuantas personas. Voloj se hace fuerte en esa debilidad y bucea en las profundidades de los personajes que ha construido, hasta extraerles una visión particular sobre cuestiones generales.
Mi propia vida sufrió ese proceso, cuando a mi madre se le dio por alterar mi biografía después de que una operación de cadera le restara energía para irrigar ciertas regiones de su cerebro que afectaban la función de la memoria. Tuve el raro gusto de escucharla relatar a otras personas anécdotas de mi escolaridad, de mis viajes al extranjero, de mis experiencias laborales, sin atenerse a parámetro de veracidad alguno.
Las primeras veces que me tocó prestar oídos a esas variaciones libres, intenté disuadirla corrigiéndole lo que para mí eran errores. Pero después me di cuenta de que era inútil. Ella porfiaba en que las cosas eran así, aunque el que había estado ahí era yo.
Entendí que, más allá de quién protagonizara el relato, la que lo contaba era ella. Y cada uno es amo y señor de sus recuerdos. Como los personajes de “Asuntos internos”, cuyas versiones de la misma historia desafinan, tal cual corresponde a aquellos que, a pesar de que ejecuten el mismo instrumento, deciden guiarse únicamente por su música interior.

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